Capítulo II: Todos somos antisistema

 


Todos somos antisistema

Tienes que comprender, que la mayor parte de los humanos son todavía parte del sistema. Tienes que comprender que la mayoría de la gente no está preparada para ser desconectada, y muchos de ellos son tan inertes, tan desesperadamente dependientes del sistema, que lucharían para protegerlo.                                      Morpheo a Neo, The Matrix.

 

Se dice mucho que lo que nos diferencia de las máquinas son las emociones. Hoy en día, salvo para quien trabaja en ello, es prácticamente imperceptible captar ese tiempo sutil que se toma la máquina en responder a un código seguido de nuestra orden. Por ejemplo, al utilizar Google, resulta mucho más rápida una búsqueda ya registrada en el navegador donde al colocar las primeras letras, enseguida nos ofrece las páginas habituales que visitamos. Y ante una búsqueda distinta, a veces nos vemos obligados a cambiar las palabras para que entienda lo que estamos buscando.

Lo que, a opinión personal, y al menos mientras el hombre no introduzca emociones en la programación y la cague, las deja por encima del comportamiento humano, que una y otra vez repite las mismas búsquedas pretendiendo lograr resultados diferentes e incluso, resistiéndose a probar con nuevas búsquedas. 

Muchas veces siento, y quizá sea solo una percepción mía, que la mayoría de las personas viven por inercia: hacen lo que les dijeron que tenían que hacer, sin preguntarse por qué lo hacen,  si quieren hacerlo y sin pretender profundizar en las incongruencias entre el decir, el pensar y el hacer, pocos saben lo que quieren realmente.

Hace poco vi una serie española, Hit, sobre un profesor especializado en trastornos de conducta que se suma a una escuela para trabajar con adolescentes con problemáticas actuales. Si bien me resultó chocante el personaje, Merlí era mucho más pedagógico con sus mensajes. Asumo que, en ocasiones, me parezco más a Hit que a Merlí. No voy a tomar en cuenta los resultados de una ficción, pero sí es interesante ver cómo todos los miembros del sistema educativo saben que hay un problema, que no obtienen resultados con sus métodos, y sin embargo, se oponen a que alguien emplee un método diferente. No estoy diciendo que en la vida real probar otro método sea garantía de éxito, pero estoy convencida de que seguir con el mismo que hoy no da resultados es, de hecho, garantía de fracaso.

Yo misma viví esa resistencia, pero del lado del alumno, en la facultad. Aunque muchos no estuvieran de acuerdo con algo o sintieran que algo no era justo, el grupo de WhatsApp era el lugar para la catarsis, pero el silencio era la mejor opción frente al miedo a las consecuencias, como no aprobar una materia. Hoy puedo decir que, aunque algunos profesores colaboran con seguir reproduciendo un sistema que ellos mismos desaprueban, ninguno me desaprobó ni me bajó la nota por ser un auténtico grano en el culo. Lo que, además de hablar bien de ellos como personas, dice mucho más del miedo que usamos como excusa para dejar que las cosas sigan como están... para seguir siendo víctimas y no asumir la responsabilidad de los resultados.

Obviamente, la manera en que uno reacciona tiene mucho que ver con la historia personal de cada quien. Siempre imaginé que iba a terminar como Michael Douglas en Un día de furia... y aún no lo descarto. Sin embargo, muchas veces presencié situaciones injustas y vi demasiada pasividad en quienes las estaban sufriendo.

 Y dejame decirte algo: si estás podrida de hacer trámites, de que te boludeen y siempre te falte un papel, pero esperás a llegar a tu casa para quejarte con tu marido, la víctima no sos vos, la víctima es él, que te sigue escuchando. La mierda escupísela a la empleada mientras se está soplando las uñas, y hacé un escándalo hasta que te resuelvan el problema.

Hacer bien lo que nos toca es una responsabilidad individual. Facilitarle la vida al otro, que seguramente tiene otras mil cosas que hacer además del trámite, también. Y más de una vez, entramos a un lugar a resolver un problema y de yapa, salimos con dos.

El victimismo es uno de los roles más utilizados para eludir responsabilidades, y la queja, un argumento barato para justificar que “estás haciendo algo” para solucionarlo. De forma consciente o no, y en cualquier ámbito de la vida, a la hora de inventar una excusa para no hacer lo que no queremos, siempre aparece algo malo que “nos pasó”. Nunca los huevos para decir: “no quiero, no tengo ganas”, y hacerse cargo de las consecuencias. Y no solo jugamos el papel de víctima frente a los demás, también lo hacemos frente a la vida y con nosotros mismos.

Y así como, en la búsqueda de la felicidad, la mayoría pone el foco en algo externo —ya sea una persona, el consumo, los logros o lo que sea que creemos que nos lo va a dar— también se pone afuera la culpa de no alcanzarla. Es esa poca capacidad de mirar hacia adentro la que nos frena una y otra vez frente a la misma “aparente realidad” a la que creemos estar condenados.

Porque lo que de verdad importa no es la excusa que le das a otro para no hacerte cargo. Ni que todos crean que te mearon los dinosaurios para justificar una vida mediocre o sin sentido. En definitiva, al otro no le debemos nada. El verdadero problema es cómo limitás tu vida con la excusa que te das a vos mismo. Y bastaría, tan solo, con un cambio de perspectiva, asumir el control y convertirte en protagonista.

Un claro ejemplo de esto son las relaciones: no funciona, pero me quedo. ¿Por qué? Porque no quiero estar solo, porque ya va a cambiar, porque en definitiva… son todos iguales, un clavo saca otro clavo, como si existiera alguna regla universal que diga que no podés estar solo y hacerte cargo de tu vida. Obviamente, es mucho más cómodo el lugar de víctima, donde la culpa de tu infelicidad la tiene la persona que tenés al lado: de no llenarte, de no ser lo que vos querés que sea, de no cumplir con tus expectativas y hacer tu vida miserable. 

Me llevó algún tiempo entender que no se trata de tener razón. Una vez cometí el error de decirle a alguien: “yo te demuestro que, si vivimos juntos, no va a funcionar”. Fueron los peores siete meses de mi vida, una auténtica pesadilla… pero la mina se fue satisfecha de que tenía razón. Una idiota. ¡Pero por siete meses, eh! Que hay gente que se queda toda la vida… ¡y me consuelo con eso!

De lo que de verdad se trata no es de no equivocarte, sino de tener claro que quedarse donde las cosas no son como te gustaría, también es una decisión. Postergar, no hacer nada, mirar para otro lado… es decidir. Nadie tiene la culpa de que vos no puedas convertirte en lo que querés, si seguís en una relación que no te llena, en un trabajo que no te gusta, donde ponés la seguridad por encima de la pasión, rodeado de amistades vacías que te chupan la energía en lugar de aportarte algo. Sacá factor común: el problema no es el entorno, el problema sos vos. Probablemente tengas razón y estés rodeado de personas de mierda, pero si te quedás, el problema es tuyo.

Frases como “los trapitos se lavan en casa” no existirían si la gente se sintiera realmente orgullosa de lo que es. Si de verdad creyera que lo que está haciendo es lo correcto, no solo no lo ocultaría: además, tendría la responsabilidad de defenderlo.

En principio, los niños son espontáneos. No mienten hasta que conocen la reacción de un adulto frente a algo que desaprueban. El niño aprende a ocultar por miedo al castigo, a no sentirse querido o aceptado por las personas de las que depende su supervivencia. A eso lo llamamos familia, y lo consideramos el núcleo más importante de la sociedad. Todo empieza por casa… y hasta acá, el gobierno al que culpamos de todos nuestros males, no pinta nada. El ser humano aprende a mentir en casa, por miedo a las consecuencias o a perder el amor de sus padres, o bien, en el otro extremo, aprende a vivir la vida pisoteando la libertad del otro porque nunca le enseñaron que los actos tienen consecuencias.

Parece difícil encontrar un punto medio, pero no lo es cuando el adulto asume su responsabilidad personal.

 Y educamos a los niños así: "¡Ohhh, qué feo! La gente te está mirando", “los nenes no lloran, no seas maricón”, "¡lo que va a decir tu papá cuando se entere!", "¿qué va a pensar la gente?", "comportate como corresponde", "eso no se dice", "ya sos grande..." y miles de etcéteras en frases que incluso yo he dicho y he escuchado en la calle cientos de veces. ¿Y cuántos secretos se ocultan delante de los niños, de un progenitor a otro o entre otros miembros de la familia? Los niños aprenden a mentir en casa. Y algunos de esos niños, de grandes, se convierten en políticos.

Como si ser adulto te convirtiera en un sujeto digno de admiración... En definitiva, cuando creces no sos más que un pobre ser humano traumado, que se convirtió en un objeto que busca aprobación social y, como está frustrado, se contenta con gratificaciones instantáneas. La caga, pero a escondidas... igual que un niño que junta los pedazos de lo que rompió y piensa que no te vas a dar cuenta.

Obviamente, alguien tiene que cuidar de un niño. Pero seamos coherentes: si a los dos años le das una tablet para que no demande atención, no se la podés quitar a los doce porque no te escucha.

Cada quien ajusta los estándares morales y éticos a su conveniencia. Justifica sus propias actitudes mientras juzga las del otro. Quiere lo que tiene el otro, pero no está dispuesto a pagar el precio que el otro pagó por obtenerlo. Quiere cobrar caro y pagar barato. Quiere que las cosas cambien, pero no está dispuesto a hacer nada para que cambien. Lo que le ocurre a él es injusto, pero si le pasa al vecino, “por algo será”… Le tocan el culo y reclama por sus derechos, los suyos. Los derechos de los niños terminan en la puerta de su casa. Hay marchas por polvos sin consecuencias, por mujeres golpeadas, pero no hay marchas por los niños abusados y golpeados, abandonados y maltratados en los hogares que supuestamente deberían protegerlos.

Lamento decirles que las marchas son excelentes para visibilizar un problema, pero no lo resuelven. Seguro que los niños ya lo saben, por eso no se autoconvocan. Que una causa mueva masas no significa que vaya a cambiar algo, ni asegura que esté bien planteada. Se necesitan varias generaciones para cambiar la estructura y la mentalidad de una sociedad, pero sin la responsabilidad individual en la parte que a cada uno le toca, es imposible.

La idea de un mundo distinto y más justo solo tiene sentido si cada uno es capaz de asumir su responsabilidad, para consigo mismo y para con el entorno. Entender que cada uno es parte del problema, no ponerlo siempre afuera. Mientras decimos que esperamos un gobierno que nos cambie la vida, mentimos y justificamos la forma que tenemos de perjudicar al de al lado. Hacemos de la ley del menor esfuerzo... el esfuerzo de alguien más.

La mayoría de los matrimonios separados necesitan de una mediación legal para hacerse cargo de sus hijos. Dicen que darían la vida por ellos, pero mantenerlos... que lo haga otro. Dos personas rara vez son capaces de construir un proyecto de vida en común sin intereses particulares ni egoísmo. ¿Sigo? ¿De verdad alguien cree que merecemos un gobierno que no trabaje para su propio bolsillo? ¿Nadie va a asumir la responsabilidad del resultado final?

No es una utopía creer que cada uno puede desarrollarse en una sociedad responsable. Lo que es inviable es que eso ocurra en un mundo estilo “Boca – River”, donde alguien es más feliz del fracaso del otro que de su propia victoria.

En cierta forma, y sin elección, somos socios. En menor escala, si en una empresa cada socio hace lo que se le antoja sin buscar consenso, no funca… no va a ningún lado. En la sociedad pasa lo mismo: el ser humano es anti sistema, pero a la vez se deja alimentar de basura por el poder, en contra de sí mismo, solo para diferenciarse del otro. Todo, absolutamente todo lo que te coloque en una vereda, en una marcha, en una ideología, todo lo que como consecuencia genere odio y divida a la sociedad, es una trampa del poder. Y si es mentira lo que digo, que alguien me explique por qué el poder y la riqueza están concentrados en un 10% del total y hay un 90% de imbéciles —me incluyo— que no somos capaces de voltear a ese 10%. No tiene sentido. Si ese 10% lo tiene todo, es porque dentro del 90% hay más cómplices que revolucionarios.

Todos y cada uno de nosotros deberíamos preguntarnos, cuando defendemos una causa, cuando juzgamos o nos resistimos a otra, ¿qué estamos atacando en realidad? ¿Qué no somos capaces de defender en nuestra propia vida?

Entiendo que a lo que se refería Morpheo no era al sistema en sí, sino al que vive bajo el lema de “las cosas son así”. Y yo siempre pienso: ¿desde cuándo las inventaron... y hasta cuándo las vamos a seguir permitiendo?

En algún momento me cuestioné el sistema en el que vivimos, hasta que comprendí que somos cada uno de nosotros quienes formamos parte de él. Lo que está fallando no es el sistema en sí, sino la sociedad que lo sustenta. No son las instituciones las que fallan, sino las personas que las componen. Aunque muchos querrían estar en el lugar del poder, la realidad es que son más los que eligen el papel de víctimas, quejarse y no actuar, en lugar de ser parte del cambio, tomar decisiones y asumir la responsabilidad de lo que les toca.

Sumisos de su propia vida, pero verdugos de la ajena.

Las cosas son como son: la culpa recae en el sistema, el capitalismo salvaje, el imperialismo, el liberalismo, el populismo, la corrupción, la injusticia, el gobierno anterior y tantos otros culpables... como si la culpa de una bomba estallada fuera del interruptor. Personificamos conceptos hasta tal punto que parece que ellos son los culpables, anulando así cualquier responsabilidad de aquellos que realmente cometen los actos. En mayor o menor medida, todos somos parte de esto. Es crucial separar lo que decimos de lo que realmente es. Si logramos identificar las creencias y hábitos que nos controlan, podemos cambiarlos y crear una sociedad más justa y consciente.

Por eso escribo: porque aún creo que las palabras tienen el poder de cambiar el mundo.

To be continued...

 Capitulo III: Lo distinto      



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