La no resistencia: La clave para alcanzar la paz interior ¿En qué mundo te gustaría vivir…?
Piensa en
términos de Frecuencia, Vibración y Energía
En un
tiempo solía creer que la paz era la ausencia de ruido, de problemas, de gente
molesta y cualquier cosa que pudiera desagradarme. Era lógico que con tal concepto
no iba siquiera a estar cerca de sentirla. Con el tiempo entendí que la paz no
tenía nada que ver con las circunstancias externas y la única forma de vivirla
es a través del principio de no resistencia. Entendiendo que hay muchas cosas
sobre las que no puedo influir en el exterior y que además no tengo el derecho
de hacerlo.
Todo en el
universo es energía e información: nuestro cuerpo, alma, los alimentos que
consumimos, nuestros pensamientos, y, por supuesto, la interacción con los
demás. Cada uno de estos aspectos contribuye a un intercambio constante de
energía. La calidad de esa información define la energía que emitimos y la que
recibimos. Aunque a menudo nos resulte abstracto, la ciencia ha demostrado que
todo en el universo es energía. Incluso sin ser plenamente conscientes de ello,
podemos sentir la energía de nuestro cuerpo, nuestras emociones, e incluso
nuestros pensamientos. Sabemos que los alimentos nos aportan energía de calidad
o no de acuerdo con lo que consumimos y buscamos en el sueño reponer la que
gastamos. Podemos comprobar fácilmente la energía de nuestros pensamientos
porque nos sentimos en la misma sintonía de lo que pensamos, así mismo solemos
traducir en buena o mala vibra, la sensación que experimentamos en la compañía
de los demás. Practicar el principio de no resistencia, que implica fluir con
el curso natural de la energía, es más que una forma de alcanzar la paz
interior; es una manera de alinearnos con las leyes que rigen el universo,
permitiendo que todo fluya en armonía.
Hace unos
meses, durante las vacaciones, tuve que aprender una lección a la fuerza.
Acostumbrada a pasar 16 horas al día frente a la computadora y sin hacer
deporte, decidí lanzarme a una nueva aventura. Desde adolescente, siempre había
querido hacer kayak en el río. ¿Sentía miedo? Sí, sobre todo porque iba sola y
no tenía experiencia alguna. Sin embargo, sentí que era el momento de
desafiarme, asumir el riesgo y llevar a la práctica algo en lo que realmente
creo, pasar de la teoría a la acción.
Después de tres horas remando, mis brazos ya
estaban agotados, mis manos doloridas por el roce del remo contra el plástico
de la canoa, y la cintura y la espalda decían por favor, no más… pero solo me
quedaba un tramo de 20/30 minutos para alcanzar la meta y la idea que giraba en
mi cabeza era esta de que todo lo que querés, está del otro lado del miedo. Y mientras veía el paisaje que me rodeaba, con
cada sensación que experimentaba, no quería que aquello terminara.
Todo iba de
maravilla hasta que cometí un par de errores. El primero fue distraerme del
momento presente. No vi venir el rápido porque ya no remaba, sino que más bien
chapoteaba en el agua, y me costaba coordinar el movimiento. Aunque había
comprendido perfectamente que, para que todo fuera bien, debía fluir y
anticiparme a la corriente, uno a veces sabe lo que tiene que hacer, pero no siempre
lo aplica…
El segundo
error estuvo a punto de costarme la oportunidad de estar aquí, contando esta
historia, delante de mí se abrían dos caminos: Intenté esquivar la corriente y
tomar el que hubiera sido el más fácil, el que habría tomado si hubiera estado
atenta, pero ya era demasiado tarde. La corriente me arrastró y yo me seguí
resistiendo, me tomé de las ramas de un árbol que salían de la pendiente de la
montaña y pretendí enderezar la canoa que en un acto de rebeldía decidió
abandonarme… con el agua se iban la canoa, el remo y el recipiente que protegía
mi ropa y el teléfono que necesitaba para pedir ayuda… Y yo, ahí, luchando,
agarrada a las ramas con el miedo de que se rompieran, pensando que de alguna
manera iba a poder treparme a los árboles o, en un giro milagroso, alguien
apagaría la corriente. Una idiota… se me vinieron un par de pelis a la cabeza,
eso mucho no ayudaba, pero por suerte no había cascadas ni huracanes a la vista.
El agua estaba congelada y sabía que, si seguía ahí, gastando las fuerzas que
me quedaban, mucho no iba a aguantar.
Es casi
gracioso pensar en esos momentos. ¿De qué me iba a servir el teléfono del
coordinador si ya no tenía teléfono? Y si lo hubiera tenido, con las dos manos
ocupadas, ni con manos libres podría haber hecho una llamada. O sea, con el
agua al cuello, ¿y yo pensando en lo mal que lo estaban haciendo los demás? Mi
diálogo interno era una mezcla de miedo y chistes de mal gusto en situaciones
complicadas, como siempre... Y entonces llegó el momento de ponerme los
puntos...
¿A quién se
le ocurre pensar que en algún momento iba a ser más fuerte que la corriente? Y
me solté…
Empecé a
nadar y mi cabeza también, esos son los momentos en que dejas de lado la
filosofía y preferís pensar que Dios no está muerto… tenía mucho frío y estaba
cansada y mientras pataleaba a la orilla, mi pie tocó el fondo… ¿cuánto tiempo
perdí nadando cuando, en realidad, podía haber caminado? La verdad es que el
río no era tan peligroso. Fui yo quien tomó malas decisiones que hicieron la
aventura mucho más complicada. Podría no haberla contado, pero, en cualquier
caso, habría sido porque no supe tomar la decisión correcta. Ni Dios, ni la
vida, ni el río, ni los coordinadores que estuvieron increíbles tuvieron la
culpa de nada.
A pesar del
momento, no me arrepiento de la experiencia. Ni siquiera el tiempo que pasé en
el agua logró arrebatarme esa sensación de perfección que solo la naturaleza
puede ofrecer, mucho menos mi confianza en la vida. Sigo convencida de que todo
lo que queremos está del otro lado del miedo. Y de entre tantos pensamientos
estúpidos que me invadieron, me quedo con dos que realmente me empujaron a
salir del agua: lo que no dije en una conversación la noche anterior y este
libro que todavía no he terminado.
El camino
difícil estuvo lleno de lecciones, sensaciones intensas, miedos, y valores que
nunca habrían salido a la luz si hubiera optado por el camino más fácil.
Quizá lo primero que salta a la vista es cómo, en la vida cotidiana, solemos aferrarnos a nuestras ideas, a nuestra forma de ver las cosas, esperando que todo se acomode a nuestras expectativas. Nos cuesta entender que el mundo no gira a nuestro alrededor: las cosas son como son, las personas son como son, y nuestra libertad está en aceptarlas o dejarlas, pero nunca en cambiarlas. Esto no quiere
decir que tengamos que aguantar ni tolerar lo injustificable, sino que al final,
cada uno tiene la misma libertad de decidir cómo quiere ser. Aclaro, porque
parece que siempre hace falta aclararlo, que no estoy predicando la
inmutabilidad del buda. Al menos en lo personal, me resulta muy liberador
mandar a quien lo merece a la mierda, en tortuga, en barquito o en canoa por el
barranco, pero después paz y amor.
Ahora bien, de lo que sí tenemos control absoluto es de nuestra energía, y en cómo decidimos usarla. Si elegimos resistirnos a lo que es, gastándola en ir en contra de todo lo que nos rodea, en lugar de direccionarla hacia lo que queremos lograr, no podemos quejarnos de lo que obtenemos como resultado. La ley de causa y efecto no se trata de esperar que otros "paguen" por sus acciones, Es más bien un recordatorio de que nuestras decisiones, incluso las que hacemos de manera inconsciente o por resistencia, nos lleva al punto en el que estamos. Por eso, aunque nos resulte incómodo, es nuestra responsabilidad revisar nuestras decisiones y corregir el rumbo. Sin embargo, seguimos insistiendo en que el problema está fuera de nosotros, porque es más cómodo pensar que las leyes universales sólo aplican a los demás, que los problemas vienen de fuera. Y en ese proceso, nos olvidamos de que estamos quebrando esas mismas leyes, creyendo erróneamente que es el otro quien debe cumplirlas.
No hubiera
podido decir mucho si hubiera seguido agarrada de las ramas, pero tampoco
echarle la culpa al destino o la mala suerte desde el más allá. Ponerme en el
lugar de víctima y pensar, estoy asustada, no puedo pensar con claridad,
teletranspórtame a la orilla porque me lo merezco, tampoco iba a funcionar. Era
obvio que me tenía que soltar, aunque no supiera lo que iba a pasar después,
como es obvio que tenemos que soltarnos ante todo lo que no está dentro de
nuestro control y sin embargo no lo hacemos.
La canoa es
como la motivación, es energía en movimiento que nos lleva a donde queremos ir, perdemos la motivación en el momento que
empujamos para atrás para resistirnos a lo que es. Lo que nos quita fuerza para
avanzar es la resistencia. No entiendo nada de física, pero las leyes son
comprobables por el sentido común y queremos que funcionen haciendo todo lo
contrario.
El mundo en
el que a todos nos gustaría vivir está a la vuelta de la esquina, el primer
obstáculo es que creemos que no existe y esto va en picada desde que empezó a
circular la frase “es lo que hay”. El segundo es que no todo el mundo está
dispuesto a salir de su zona de confort y hacer algo diferente para obtener un
resultado distinto. El tercero es que muchas veces no somos conscientes del
inmenso potencial de energía que tenemos, esa fuerza interna que podríamos
utilizar para avanzar, pero que terminamos desperdiciando. Nos resistimos a lo
que es, nos aferramos al miedo, a lo conocido, a lo que creemos que nos
mantiene a salvo, y con eso dejamos de poner nuestra energía en lo que
realmente queremos lograr. Al resistirnos, esa energía que podríamos estar
utilizando para avanzar, se estanca, se pierde y nos mantiene atrapados en el
mismo lugar.
¿En qué
áreas de tu vida sientes que te estás resistiendo a lo que es?
Dar el
primer paso hacia el cambio puede parecer desafiante, pero en realidad no tiene
que ser un gran salto. Se trata de dejar ir de a poco las resistencias que te
están frenando. Tal vez sea aceptar lo que no podés controlar o empezar a poner
tu energía en lo que realmente querés, sin tanto miedo ni lucha. El verdadero
cambio pasa cuando nos damos permiso para fluir, incluso en pequeñas decisiones
cotidianas que te van acercando a lo que necesitás. Lo importante es empezar, y
el camino se va armando solo.
¿Qué pasaría si, en vez de seguir resistiéndote a lo que no podés cambiar, empezaras a usar esa energía para moverte hacia lo que realmente querés?
Un mundo de
realidades donde todos caminemos sobre la tierra además de posible es fácil. Lo
difícil es convencer a la mente humana que se puede y merece la recompensa.


Comentarios
Publicar un comentario
¿Estás de acuerdo? Deja tus comentarios, siempre con respeto, para que entre todos construyamos una nueva verdad.