Votar es seguir aceptando las reglas del juego

 



La TRAMPA de "El Pueblo" y el silencio del rebaño (sin desperdicio)


“Se dice que la sociedad se divide en gente que manda y gente que obedece; pero esta obediencia no podrá ser normal y permanente sino en la medida en que el obediente ha otorgado con íntimo homenaje al que manda el derecho a mandar.”
José Ortega y Gasset, “Patología nacional” (El Sol, 23 de febrero de 1922).


♟️ El tablero ya está armado

 Nos hicieron creer que elegir es sinónimo de libertad. Que meter una boleta en una urna es ejercer poder. Que el voto es “la voz del pueblo”. Pero, ¿qué pasa si todo eso no es más que una ilusión perfectamente diseñada para que sigamos moviéndonos dentro del mismo tablero?

El sistema político es como una partida de ajedrez que empezó mucho antes de que naciéramos. Los reyes, reinas y alfiles ya estaban en posición cuando llegamos. Los peones movemos una casilla a la vez y creemos que avanzamos, pero el objetivo real nunca fue que lleguemos al otro lado: el juego solo continúa mientras protejamos al rey. Y lo más irónico es que el jaque mate, ese momento que simboliza el fin de la partida, no lo da el pueblo… lo da otro rey.

Cada cuatro años, cada dos es igual, nos dicen que tenemos “el poder de decidir”. Pero el tablero sigue siendo el mismo, los reyes no cambian, y las reglas tampoco. Solo cambian las caras, las banderas, los discursos. Mientras tanto, los peones seguimos defendiendo causas ajenas, muriendo por batallas que no nos pertenecen.

No se trata de Milei, ni del kirchnerismo, ni del “mal menor”. Se trata de entender que mientras juguemos el juego con las reglas que nos impusieron, el resultado está escrito. Defender a unos o a otros es seguir moviendo fichas dentro del mismo sistema que nos necesita divididos, enfrentados, entretenidos y confundidos.

Nos vendieron una democracia, pero lo que tenemos es una puesta en escena: una democracia simbólica, de marketing, donde la libertad es una palabra bonita sin sustancia. Una democracia real implicaría participación constante, decisiones orientadas al bien común, poder verdaderamente compartido. No una guerra absurda entre banderas ni una pelea por ver quién se queda con el pastel. Lo que tenemos hoy es un simulacro que solo legitima lo que ya está decidido. Cada vez que votamos, sin cuestionar las reglas, renovamos el mismo acuerdo que nos mantiene en el mismo tablero.

Quizás el verdadero acto de conciencia no sea seguir jugando el juego, sino atreverse a mirar el tablero desde afuera. Cuestionar las reglas, entender quién las escribió y para qué. Porque mientras creamos que votar es el único acto de poder que tenemos, seguiremos siendo peones que confunden movimiento con libertad.

La Patria no nos pertenece... nosotros le pertenecemos a ella...

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