Como trabajar la sombra
Solía creer que como en los dibujitos, un demonio era ese personaje que levitando por sobre el hombro contrario al del angelito me susurraba al oído que hiciera algo distinto de lo que debería hacer. Durante algún tiempo, la escuela consiguió hacer a un lado esa idea convenciéndome, de que yo era responsable de mis acciones y que ese personaje de caricatura, en algún lado poco apetecible, me estaría esperando si no era lo suficientemente buena como se esperaba de mí. Con los años, junto a otras teorías y mi propio análisis interno llegué a la conclusión de que lo único que me condicionaba a elegir eran mis propias ideas acerca de algo y que, aunque no haya certeza de que me depara el día después del último en este plano, esa idea de infierno o paraíso no es más que una sensación interna que nosotros mismos recreamos y que en gran medida depende, no de factores externos, sino de esas dos vocecitas que no levitan sobre mis hombros, sino en mi cabeza.
La del angelito nada tiene que ver con lo bueno o lo malo
sino con la naturaleza real del alma humana conectada a la fuente de la creación.
Es la voz de la intuición. Tiene toda la información que necesitamos para la
evolución en esta vida, está más allá de los juicios y cuando la escuchamos,
nos sentimos confiados… conectados, aun cuando no tengamos una creencia
espiritual y podemos saberlo, porque la vida para demostrarnos que estamos en
sintonía, nos conecta con las sincronicidades, lo que habitualmente llamamos
casualidad, coincidencia o suerte…
Y hasta aquí, no necesitaríamos un manual para la vida, si
no existiera esa otra voz, la del diablito que susurra una y otra vez lo que a
pesar de no querer escuchar nos repetimos una y otra vez. Es la voz de todas aquellas
ideas que son producto del exterior y de las cuales, en su mayoría no somos
conscientes, es la suma de lo que creímos acerca de lo que nos dijeron sobre nosotros,
sobre cómo son las cosas y de cómo grabamos e interpretamos nuestras
experiencias.
Sentimos y esperamos de la vida en la medida de lo que nos
dice nuestra conversación interna y nos relacionamos con el entorno según el
juego de luces y sombras que nos haga de espejo en el mundo exterior.
Quien soy, parece ser una de las preguntas más difíciles de
responder. Esa identidad que vamos formando durante nuestros primeros años,
poco tiene que ver con el Ser, nos identificamos con nuestros roles, pero somos
mucho más que eso. “El todo es más que la suma de sus partes” No somos nuestro
nombre, ni nuestra nacionalidad, ni nuestro equipo de futbol, no somos nuestras
titulaciones, ni las cosas que tenemos, nada que se puede perder o cambiar
haría que dejáramos de ser lo que somos. Quizá el mayor problema no esté en
pensar lo que somos sino en lo que creemos que no somos, porque tanto en lo que
se refiere a nuestra luz nos pone un límite a lo que podamos llegar a ser y lo
que se refiere a nuestra oscuridad, a rechazar y resistirnos a lo que es y si
no usamos la ley del equilibrio para integrar los opuestos la metáfora interior
va a estar más cerca del infierno que del paraíso que a todos nos gustaría
habitar.
Considero que no hay personas buenas ni malas, sino personas
que cometen actos que son juzgados como buenos o malos según la vara con la que
se mida y la historia que cada uno se cuente para justificar su proceder o
condenar el del otro.
No etiquetar ni etiquetarnos puede hacer toda la diferencia,
ya que cada vez que lo hago o digo una frase tipo “yo soy así” inserto en mi
sistema de creencias la idea de que algo es de determinada manera y cuando creo
que algo es de una determinada manera, estoy descartando otras posibilidades,
lo que aplica tanto para situaciones como cualidades. No es lo mismo ser malo que hacer cosas malas,
mientras que lo primero corresponde a la identidad, lo segundo corresponde a la
acción, algo que me da el poder de elegir cambiar en cualquier momento. No es
lo mismo sentir que fracasé en algo a pensar que soy un fracasado, sin embargo está
lleno de personas que renuncian y dejan de intentarlo. No es lo mismo sentir
que no soy hábil para una actividad que decir soy un inútil, porque el hecho de
no poder hacer algo, no significa que no puedas ser el mejor en otras cosas. No
es lo mismo creer que soy ignorante porque no se algo, a tomar consciencia de
que todos tenemos un saber sobre algo y desconocemos la mayoría de las cosas. Y
está lleno de gente que se desmerece y se avergüenza de lo que no sabe y no es
capaz de ver la chispa que enciende cuando habla de lo que sabe. Las palabras
que usamos no nos definen a nosotros pero sí limitan nuestras posibilidades de
ser mejores. Así mismo como generalizar o polarizar las situaciones anulan la
posibilidad de ver un abanico de opciones que existen más allá de lo que concebimos
como “la realidad”
Tenemos un mundo de información en las palabras que usamos y
podemos darle un significado analizando las emociones que nos genera hablar de
ciertas cosas, como gestionamos y que
tan capaces somos de aceptar esas emociones, las cuales también están en
relación directa con nuestra conversación interna y viceversa.
Las emociones son parte del ser humano, tan reales como cualquier
otro órgano y mientras creamos que son provocadas por situaciones externas y
las justifiquemos, no vamos a tener el poder de actuar sobre ellas, ni cambiarlas.
Aunque en teoría lo sabemos, pasamos la mayor parte del tiempo pretendiendo incidir
en el exterior sobre el que no tenemos ningún control en lugar de trabajar en
nuestro interior. Todo lo que rechazamos de afuera nos está mostrando lo que
negamos adentro.
La Ira, por ejemplo, no viene hacia nosotros
circunstancialmente por algún motivo, sino que está dentro de nosotros y se
activa por algo que ocurre en el exterior que no cumple con nuestras expectativas
o juicios, a la inversa con la alegría, que también está presente y se activa
cuando lo que ocurre coincide con nuestros deseos o expectativas. Y hasta que
no somos capaces de hacernos cargo de que esa emoción es nuestra y no tiene
nada que ver con lo que ocurra afuera, vamos a seguir creyendo que el mundo se
puso de acuerdo para contrariarnos y que nosotros somos sujetos pasivos víctimas
de las circunstancias. Así mismo con una emoción “positiva”, si creemos que la
misma proviene de una fuente externa, es natural que vivamos en una búsqueda
continua sin sentido, con miedo a perder y creyendo que no tenemos ningún poder
sobre nuestros resultados.
Pero en la gama de grises existen otro montón de situaciones
que no existen y sin embargo generan emociones tan reales como las anteriores. Por ejemplo, puedo pasar una noche sin dormir
porque mi hijo no vuelve a casa, pensando en todo lo que pudo haber pasado,
creo que cualquiera puede hacerse una idea… No vivo el momento real porque
estoy dentro de una película, suponiendo lo que podría ser real y sintiendo
como si así lo fuera, incluso hasta la culpa x la ira que voy a sentir en el
futuro cuando aparezca como si nada y piense en matarlo. La situación real: él
no mandó un msje. La película… todas las policiales, los dramas y las
religiosas que te enfrentan a la prueba de fe... Es sólo un ejemplo, pero
cuando analizo las conversaciones propias y ajenas, hay más suposiciones,
juicios y expectativas que realidad. Uno es capaz de cambiar de humor de un
momento a otro solo por un pensamiento que pasó por su cabeza y hacemos un
drama de lo que debería ser una comedia… porque de verdad que tiene gracia,
enojarse, entristecerse, hacerse problema por algo que no pasó… que productiva sería nuestra vida si a todo
nos adelantáramos así… por las dudas… si
para con nosotros mismos usáramos los potenciales solo para imaginar que
pasaría si me atrevo a buscar lo que quiero y si para con los demás supusiéramos
menos y preguntáramos más.
Y mientras vamos por la vida escribiendo guiones de ficción,
nos cruzamos con otros que ya tienen sus propios guiones y tenemos tanto miedo
a perder la idea de lo que creemos que son las cosas y que todo nuestro sistema
de creencias se vea derribado que le damos más poder a lo que rechazamos como
distinto y hacemos más fuerte esa resistencia y la única forma de atravesar ese
infierno es enfrentándolo. Puede haber menos luz, pero no puede haber más
oscuridad. El secreto está en donde ponemos el foco.
La realidad es bien distinta de lo que parece, llegué hasta
acá y elegí este camino porque cuando era chica no podía entender la manera en
que mi pequeño mundo tenía de comunicarse, porqué discutían y cual era esa
necesidad de lastimarse. Y la verdad es que nadie pelea con nadie, sino que
cada uno está interpretando su propio guión y lucha contra sus propios
demonios. En una discusión cada uno monta su propia película y está representando
su batalla interna, nadie quiere escuchar las razones del otro sino sostener
las suyas. Todo se trata de uno y nos devuelve al yo que es lo único sobre lo
que tenemos poder y si cada uno se ocupara de resolver sus propios conflictos
en lugar de esperar que los otros cambien y cumplan con nuestros ideales y
expectativas, no buscaríamos la sombra
en el otro porque ya no dependeríamos de una fuente externa para sentirnos
seguros en el yo ni para reafirmar nuestras creencias.
No podemos cambiar a nadie, pero podemos relacionarnos desde
el ser y no vamos a necesitarlo. No podemos parar los pensamientos, pero podemos
convertirnos en observadores conscientes, bajar la intensidad y también podemos
cambiarlos. Reinvirtiendo el proceso, analizando y cambiando nuestra
conversación interna, trabajo de autoconocimiento mediante, podemos domesticar
nuestros pequeños demonios, mejorar la relación con nosotros mismos y con el
entorno y de la amplitud que tengamos para abrirnos a nuevas ideas y ver algo
diferente de lo que conocemos y de la elección de información que permitamos entrar en el
proceso, dependerán nuestras posibilidades.
Los unos y los otros, un complejo mundo de sombras y
contradicciones que aceptándolas primero y trabajándolas después, no solo
pueden conciliar sino enriquecer y facilitarnos bastante la vida por estos
mundos.
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