CAPITULO I "INTRODUCCION AL SADO"(no aptos para personas sensibles y amantes del status quo)
"INTRODUCCION AL SADO"
Cuando crecemos, tendemos a dar por hecho que
el mundo es como es y que la vida consiste simplemente en vivir cada uno su
vida en este mundo. -Intenta no darte demasiado contra las paredes... Intenta
tener una bonita familia, divertirte, ahorrar algo de dinero. Esa es una vida
muy limitada. La vida puede ser mucho más amplia, una vez que descubres un
hecho sencillo. Y es que todo cuanto te rodea y que tú llamas vida lo ha
inventado gente que no es más inteligente que tú. Y tú puedes cambiarlo. Puedes
influir en ello… Una vez que hayas comprendido esto, ya nunca serás el mismo.
STEVE JOBS
Sé cómo se ven los yuyos quebrando el cemento del piso y los ladrillos de las paredes. Lo veo en mi casa todo el tiempo. Es lo más salvaje que puedo permitirme por ahora y, fantaseando un poco, me imagino en unos años con el fondo convertido en el Amazonas, colgándome de las lianas para llegar al baño… que está afuera, al fondo, pero a la izquierda.
Hay gente a la que no le gusta. Supongo que no han prestado atención al poder que está mostrando la naturaleza luchando contra los intentos del ser humano por esconderla en nombre de lo que llamamos “progreso”.
Aun cuando después busque donde la escondió para
desconectarse y trabaje como burro todo el año para pagarse 15 días de paz y
naturaleza…
De hecho, si no lo viéramos con nuestros propios ojos, imaginar que un tallito delgado y una pequeña hoja puedan romper el cemento sería absurdo.
Pero ahí está.
A mi manera de ver, lo que la naturaleza nos está queriendo decir con eso es que lo único imposible es aquello que no logra trascender nuestras propias limitaciones.
Cuando somos niños, todo parece posible. Nacemos con esa capacidad de creer en todo. No importa lo que imaginemos ser en el futuro: lo visualizamos y, por ningún motivo, se nos ocurren los posibles obstáculos que podrían interponerse.
Lo malo de creer en todo, es que eso incluye también a los padres, a la escuela y a todo el entorno de voces que puede tener un niño impidiéndole escuchar su propia conciencia.
Un entorno que, aunque no es feliz y está claramente roto, igual se siente con autoridad para decidir qué es lo mejor para él…
Los padres se amparan en que lo preparan para el futuro. Y si realmente tuvieran la bola de cristal, no entiendo por qué viven tan preocupados.
Hace 50 años, quizás el ritmo de los cambios no era tan vertiginoso como ahora. Pero hoy es imposible predecir. Si educás a un niño en base a lo que vos aprendiste, por más buenas intenciones que tengas, lo más probable es que lo estés preparando para el pasado.
La pequeña plantita tuvo la suerte de que nadie le dijera que era demasiado débil para partir el cemento.
Nosotros, en cambio, necesitamos muchas veces recorrer un largo camino —si es que alguna vez nos animamos a transitarlo— para descubrir de todo lo que somos capaces.
Y así como, si los cimientos de una casa no son seguros, hay que demoler todo para construir algo que realmente valga la pena, también para convertirse en lo que uno quiere —pero en lo que quiere de verdad—, hace falta desaprender todas esas "verdades" que nos enseñaron y descubrir cuáles son las nuestras.
Eso no lo inventé yo, ya lo había dicho Descartes —con otras palabras— allá por el 1600. Fue de las pocas cosas coherentes que dijo fuera de los efectos de las hierbas, porque con el famoso “pienso, luego existo”, dejamos de confiar en la intuición, le entregamos todo el poder a la razón… y ahí nos empezamos a complicar la existencia.
Como sabía que para cambiar el mundo iba a necesitar tiempo, me apuré a hacer toda la tarea: cumplí rápido con el mandato social de casarme y tener hijos. Lo de estudiar y esas cosas tuve que postergarlo un tiempo… por suerte para mí. Porque cuando finalmente lo hice, ya no podían moldearme las instituciones. Y digo para mí, porque no creo que los profes opinen lo mismo.
A principios del 2001, con solo 22 años —y luego de tres años intensos como ama de casa y con dos niños pequeños— quise volver al mundo laboral. Me sentía extraña interactuando con adultos, insegura incluso para mantener una conversación. En ese entonces, sentía y pensaba que salir de esa vida era algo así como la evolución del hombre primitivo al Homo sapiens actual y “civilizado”.
Con el tiempo, cuando entendés que todo está conectado, te das cuenta de que nadie está mejor capacitada que una madre y ama de casa para improvisar, resolver conflictos en cualquier área y con recursos limitados. Pero en ese momento no lo vi. Y estoy convencida de que, si se indagara realmente en la experiencia, muchos reclutadores de personal, incluso hoy, tampoco lo ven.
No recuerdo cómo me llegó la info —por Instagram seguro que no fue—, pero me anoté en un curso de reinserción laboral en la Fundación Salvat. Creo que fue el primer lugar donde empecé a cuestionar seriamente mis creencias sobre el trabajo. Es decir, mi pensamiento crítico siempre fue un dolor de cabeza para quienes me rodeaban; desde chica cuestionaba todo lo que intentaran venderme como una verdad indiscutible. Pero aun así, habían logrado hacerme creer que el trabajo “seguro” era la única opción posible.
Cuando empecé a escuchar que había otras alternativas, supe que el Universo, Dios, o lo que sea que ponga en orden las cosas, me había llevado hasta ahí por alguna razón.
Ahí me mostraron un mundo que ya venía cambiando desde hacía rato. Un mundo en el que, para evitar responsabilidades impositivas, muchas empresas empezaban a tercerizar servicios, y donde también empezaba a tomar fuerza la idea de emprender. A grandes
rasgos un panorama de lo que significa ser emprendedor trabajando en descubrir,
lo que a uno le gusta, lo que se le da hacer bien y lo que el mundo necesita.
Me fascinaba cada cosa que escuchaba. Había encontrado la veta filosófica de un tema que nunca me había generado interés, porque supuestamente el trabajo solo era una obligación de la vida adulta que servía para pagar las cuentas.
Sé que hay muchas personas que pudieron seguir sus inquietudes, pero en mi caso bloquearon mi camino cuando todavía no tenía edad para rebelarme. Lo que me habían vendido era que estudiar literatura, filosofía o magisterio era un camino directo a morirme de hambre. Que por ser mujer tenía que estudiar contabilidad, ser secretaria, y que si me sentaba en las piernas del jefe iba a ganar más dinero... (y ahí tenés a las del matriarcado...).
Solo Dios sabe lo que sufrí frente a las hojas de asientos y balances, hasta que un día mandé todo a la mierda. “Contrera”, “rebelde sin causa” y cosas similares escuché durante años, cargando con la culpa de una decisión que me trajo consecuencias hasta los 38, cuando por fin terminé el secundario.
Y sí, me lo creí. Pero la verdad es que yo no era difícil. Lucharon contra mi naturaleza por querer convertirme en algo que no era. Y, por cierto... la hicieron más fuerte.
Y acá necesito hacer un paréntesis, porque en un solo renglón le das de comer a quienes, al principio, me decían que rendir libre era imposible, y que después, cuando lo lográs, te dicen: “¡¿Viste que podías?!” seguido de un sutil “te tomaste tu tiempo...”.
Y la verdad es que el problema no es estudiar sola —no hay aprendizaje más profundo que leer un texto sin que alguien te diga cómo interpretarlo—, pero no es fácil leer las leyes de Mendel empujando con un pie un cochecito y con el otro pibe colgado de la espalda…
Y guarda con quejarte, que los pibes los quisiste tener vos.
Y sí, seguro que los quise tener yo. Pero de eso también deberían haberse acordado cuando me decían cómo criarlos.
De alguna forma, siempre tuve presentes las dos voces: la que decía que estudiar era un capricho, y la que juzgaba mi voluntad y me culpaba por no hacerlo.
En esto y en todo lo demás...
Por supuesto, esta es mi experiencia. No creo que toda la gente sea así, pero por todo lo que viví, entiendo perfectamente por qué elegí el silencio y decidí escuchar solo mi voz, alejarme de la multitud y restringir mi círculo social lo más posible. Si de algo estoy segura es que no estoy enferma, aunque a veces yo misma me haga chistes al respecto. El lugar de víctima en la sociedad lo dejé atrás hace mucho. No podría estar más sana.
La Organización Mundial de la Salud, en estos tiempos de pandemia, recomienda aislarse y quedarse en casa. Para quienes definen la salud como un completo bienestar físico, emocional y social, resulta extraño que ahora adopten estas medidas, cuando llevamos siglos infestados de enfermedades emocionales y una indiferencia social altamente contagiosa.
La vida es una metáfora y el guion es perfecto; solo hay que descifrar el código de su lenguaje y fluir con él. Me llevó 20 años descifrar ese código, entre que entendí que la vida es una metáfora y que, incluso cuando todo parece un caos, esconde un orden perfecto. Y cuanto más afinado tenés el oído del alma, más fácil resulta entender que la vida te está guiando.
Sí, siempre me gustó más observar que participar, tratar de entender de qué va la vida, los misterios, el significado… no te dan títulos ni medallas por eso, ni hay casillas que llenar sobre esto en las búsquedas laborales. Para quienes vivir es sinónimo de producir y tener, es como no hacer nada, pero me acostumbré a oír eso. Al final, conocerse a uno mismo y sanar las heridas solo te sirve para sentirte completa y feliz… y, ¿quién quiere eso?
Supongo que no soy la única que escuchó las preguntas: "¿Cómo vas a vivir de eso?" o "¿Cómo te ganas la vida?", sobreentendiendo que vivir es generar dinero. Y naturalizando el hecho de que vivir es producir, no es respirar ni que te lata el corazón. Cierto es que la última cuota te la cobran cuando te morís, porque ni eso es gratis, pero vincular el significado de la vida con el dinero no es algo casual. No sería tan descabellado pensar que, por aquellos tiempos de la Revolución Industrial, cuando el salario lo determinaba el mínimo que necesitaba el obrero para sobrevivir y volver a trabajar al día siguiente, esto tenga algo que ver con el origen de una "idea" que, de alguna forma, seguimos reproduciendo hasta hoy.
Y supongo que, para cada quien, la vida tiene el valor que cada uno pretende darle… El problema no es el sentido que cada uno le pone, sino asumir que realmente eso es lo que uno quiere y no lo que le dijeron que debería querer. En esta fiesta de disfraces que es la vida, hay que tener los huevos y la honestidad para asumir que, de verdad, el solo hecho de que te paguen por hacer algo termina como la película Caballos salvajes:
“¡¡¡La puta que vale la pena estar vivo!!!” (No la vi, pero siempre que lo intenté me desperté en esa parte). Y cabe aclarar, porque hay que hacerlo… que no estoy en contra del dinero, ni de la productividad, mucho menos de lo último, de lo cual me asumo como adicta.
Imagino que las personas que definen la vida por lo que guardan bajo el colchón tienen un orgasmo cada vez que entran a su cuenta y ven su sueldo depositado. Lo triste es cuando empezas a debitar las facturas y te das cuenta de que no vas a volver a tener sexo hasta el mes que viene, y esa sensación de realización se desvanece…
capítulo II Todos somos anti sistema

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