COMUNICACION PARA LA VIDA ¿Por qué callamos lo que deberíamos decir?
"El mundo es un lugar peligroso para vivir, no por las personas que son malas, sino por las que no hacen nada al respecto." Albert Einstein
¿Por qué
tantas veces preferimos el silencio cuando el alma grita por hablar? ¿Qué nos
detiene de expresar lo que sentimos, de confrontar lo que sabemos que está mal?
¿Es miedo al conflicto, a las consecuencias, a no ser aceptados...?  porque de
verdad no nos importa o tal vez hasta nos guste que sea así. Nos quedamos callados mientras las injusticias se
acumulan, mientras las relaciones se tensan en silencios incómodos, mientras el
cambio que anhelamos se posterga. ¿Por miedo a qué? ¿Qué podría pasar si
dijéramos lo que realmente pensamos?
Pero quizás lo más inquietante no sea solo el silencio, sino las veces en que, aun sabiendo que podríamos cambiar algo, preferimos quedarnos de brazos cruzados. Porque al final, el silencio también es una elección. Pero pasa, que en el medio siempre hay alguien que
no está dispuesto a renunciar…
Y entonces
surge la incomodidad: ¿por qué nos molesta tanto quien sí elige decir las cosas
como son? Quien pone los huevos porque confía más en lo bueno del cambio que en
lo malo de las consecuencias. Esa persona que señala esas verdades que
preferimos disfrazar con otra historia o con recortes de la realidad, para no
admitir que no queremos asumirlas. Porque es más fácil mirar para otro lado y
juzgar a quienes expresan abiertamente lo que piensan o desafían lo
establecido. 
Entonces,
en lugar de reconocer que exponer una situación es lo correcto, nos
incomodamos. Su actitud nos confronta y evidencia algo que preferimos ignorar:
que no estamos actuando en congruencia con lo que pensamos. Esa persona se
convierte en un espejo que refleja nuestras carencias, mostrándonos lo que
sabemos que deberíamos hacer, pero evitamos, ya sea por miedo, conformismo o
falta de confianza en nosotros mismos.
La realidad
es que no siempre juzgamos a los valientes porque estén equivocados, sino
porque su forma de actuar nos enfrenta con nuestra propia inacción. Pero hay
una verdad más incómoda: cuando no tenemos el valor de cambiar las cosas, al
menos deberíamos tener el coraje de admitir que somos responsables de que sigan
igual.
A lo largo
de mi vida, he escuchado innumerables historias y he sido testigo de cómo las
personas, para protegerse, moldean sus relatos, ajustándolos hasta que encajen
perfectamente en algo que puedan creer sin sentirse decepcionadas de sí mismas.
Historias que cambian para no cuestionar sus elecciones, para no confrontar lo
que evitan... historias que, muchas veces, podrían resolverse simplemente
hablando. Porque en el fondo y no tanto… sabemos la verdad
Me dijeron
que en el reino del revés hemos hecho un circo de este mundo, donde está mejor
vista la falsedad que encarar a alguien y decirle que es falso, donde el
abusivo lo hace en silencio, manipulando desde las sombras, mientras el que
grita "basta" termina señalado como agresivo y problemático. Donde se
celebra al cínico que sonríe hipócritamente mientras apuñala por la espalda,
pero se condena al que tiene el valor de ser honesto. Lo mismo ocurre con quien
asume el papel de víctima y se convierte en un lastre para quienes sí se hacen
cargo de su vida... pero pobres, siempre encuentran quien los justifique. Y,
como si no fuera suficiente, vivimos en un mundo donde marcar los errores
ajenos parece ser la estrategia favorita para desviar la atención de los
propios.
Vivimos en
una paradoja: alabamos la libertad, pero castigamos a quienes son realmente
libres. Preferimos la apariencia al fondo, la conveniencia a la verdad. En esta
lógica retorcida, el mundo parece premiar a quien calla para no incomodar,
mientras aparta a quien se atreve a romper el silencio con lo que todos saben,
pero nadie quiere admitir.
¿Y por qué?
Porque enfrentarnos a estas verdades nos obliga a cuestionarnos a nosotros
mismos, a cambiar nuestro confort por responsabilidad y nuestro miedo por
acción. Sin embargo, mientras sigamos sosteniendo este sistema invertido, la
congruencia y el coraje serán excepciones, y no la regla.
El
verdadero problema no radica en la poca gente realmente mala que existe, sino
en la enorme cantidad de personas que, al no hacerse cargo de nada, terminan
allanando el camino para que esas injusticias persistan. Su pasividad, sus
silencios y su comodidad son el terreno fértil donde el mal se sostiene y
crece.
Estoy
convencida de que la comunicación auténtica puede ser el catalizador para
transformar vidas, relaciones y sociedades. Creo que el mundo necesita más
voces que se atrevan y menos silencios que conformen. También creo que esa
incongruencia entre lo que decimos querer que el mundo sea y lo que realmente
hacemos para lograrlo es el verdadero nudo de todo. Podemos demostrarlo en las
pequeñas cosas. Si no subestimáramos su poder, no solo cambiaríamos esas realidades
cercanas, sino que también transformaríamos el mundo.
Para cambiar el mundo y para ser feliz hacen falta coherencia... y huevos
 
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